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Las bibliotecas son en su mayoría públicas, y suponen un gasto innecesario habiendo ya bibliotecas universitarias o de instituciones privadas. De hecho las bibliotecas municipales se dedican a aguantar a los abuelos que van a leer gratis el diario, mientras unos funcionarios acomodados se van a almorzar dos horas cada mañana. En las ciudades menos, pero en los pueblos se pierden libros, se hacen un montón de fotocopias entre los vecinos, y no se ingresa dinero por ningún concepto.
Si se privatizaran las bibliotecas municipales el personal trabajaría más por menos sueldo; no se perdería dinero en fotocopias ni periódicos; se podría negociar mejores precios con las distribuidoras y editoriales de libros; multar a los usuarios que se retrasen en las devoluciones; vender ebooks en máquinas especiales preparadas para ello; cobrar por el uso de internet, e incluso hacer una base de datos de preferencias de los usuarios para hacerles recomendaciones. Se podría incluso vender los libros usados que ocupan espacio innecesario en estanterías polvorientas.
Este es el planteamiento liberal, el que piensa que lo privado funciona mejor por norma. Seguramente algunas bibliotecas no racionalizan el gasto, e incluso haya algunos funcionarios vagos, y siempre se puede mejorar el funcionamiento. Pero también hay desidia, enchufismo y despilfarro en las empresas privadas. La diferencia estriba en el concepto general, si se privatiza para racionalizar y gastar menos en las bibliotecas, se contratará a personal menos preparado, se comprarán menos libros, se multará a los tardones (que no volverán a leer un libro), se cortará el internet gratuito, se favorecerá a unas ediotoriales sobre otras, se firmarán contratos privados de suministro de libros con sobrecostes, se presentará una oportunidad para desviar dinero… y lo peor de todo, se perderá el trato personal del bibliotecario de toda la vida.
En la biblioteca de mi pueblo puedo preguntarle al bibliotecario que me recomiende un libro, que me guarde un libro, que me haga una fotocopia, que me deje un libro un mes en vez de 15 días porque me voy de viaje, que me deje llevarme 3 diccionarios en vez de 1 para hacer lo que quiera que alguien haga con 3 diccionarios diferentes. Y eso señores es un servicio público, al servicio del ciudadano, que se paga con mis impuestos y que se paga a gusto.
Puede que esté 2 años sin ir a una biblioteca, pero el día que necesito leer toda la prensa, allí está. El día que me falla internet en casa, allí está. El día que me engancho a la trilogía de las sombras de Grey (no me la iba a comprar), allí la tienen y allí me la guardan. Puede que si fuera privada el mantenimiento costase menos, pero al gobierno le costaría lo mismo, y la diferencia se la llevaría algún amigote.
Y lo que pasa con las bibliotecas, pasa con todo. Pasa con la sanidad privatizada que al final ni es más barata ni más eficiente. Pasa con la educación concertada que se convierte en clasista y contrata a personal menos cualificado. Pasa con la electricidad, con el transporte ferroviario, con la gestión de autopistas, con los museos y con tantas cosas que se han privatizado. Hay que racionalizar, no privatizar. Y hay que fomentar la inversión privada en aquello donde lo público no llega como en la cultura, que no es un gasto, es una inversión.