Vivimos en el siglo de la información, y paradójicamente vivimos el momento de mayor destrucción de puestos de trabajo de «informadores» profesionales. Hoy en día todo el mundo puede informar, pueden hacer como yo, abrir una web, o un blog y contarle a todo el mundo lo que piensa y opina. Cualquiera es opinólogo, cualquiera puede lanzar sus mensajes en twitter, en Facebook, en Google + o en Instagram. Y eso ha producido una saturación de información, un exceso de paja que nos hace obviar el grano, unos granos que cada vez son más difíciles de encontrar entre tanta información insustancial. Hay tanto ruido que no escuchamos el mensaje realmente importante, nos perdemos en laberintos de palabras vacías.
El exceso de información es evidente en el momento en el que otorgamos rango de noticia a el lugar donde cena George Clooney en Valencia, a la dieta que sigue Pilar Rubio durante su embarazo, o los gustos musicales de Cristiano Ronaldo. Señores, hemos perdido un poco el norte. El ruido nos descentra, los programas de pseudoinformación del corazón entretienen, pero desenfocan una realidad cruda y dura.
No me quiero extender pero vivimos la peor crisis de los últimos 50 años, la tasa de desempleo en la Comunidad Valenciana es del 28%, el gobierno está lleno de imputados, el President acorralado por un «topo» que desvela en que se gastan los dineros públicos, los recortes a los derechos como el aborto o manifestarse son dignos de una dictadura, y las nuevas medidas de ahorro han acabado con la sanidad universal y gratuita, la ley de dependencia, e impiden el acceso a la educación secundaria a miles de españoles. La gente joven emigra obligada por las circunstancias, no se invierte en I+D, hay una enorme fuga de cerebros y mientras tanto los lobbys de poder siguen repartiéndose subvenciones y quedándose con servicios privatizados.
Sé que soy muy rollero, y que pinto una España apocalíptica, realmente me encanta mi tierra y no quiero tener que huir de ella. Y por eso hoy reflexionaba sobre el exceso de información al que estamos sometidos. Es difícil pero sería conveniente hacer una dieta informativa, y pasar a consumir sólo lo que es realmente importante. Porque de lo contrario nos atiborramos tanto a información basura, que no diferenciamos la hamburguesa del McDonalds de la de carne de Angus. Hay tantas cosas por las que saltar a la calle, tanto hecho digno de indignación, tanta corrupción, tanta mentira, tanta injusticia… que ya no saltamos por nada.
Recuerdo los primeros días del viaje que hice con mi familia a la India, recuerdo que me sobrecogía ante cada mendigo, cada leproso, cada niño desarrapado que veía en la calle. Con los días se fue convirtiendo en algo habitual, se fue normalizando, y se convirtió en parte del paisaje. Hasta que de nuevo otra niña, Manika, nos volvió a conmocionar con su historia mientras esperábamos al tren. Prometo que os contaré en breve su historia, pero mientras tanto no dejemos que la indignación se convierta en rutina, que la cantidad de injusticias nos haga inmunes a ellas, porque en ese momento pasaremos a ser marionetas de un teatro siniestro. Víctimas sumisas de un ataque constante.