En marzo del año 2007 el Chelsea de Mourinho vino a jugar a Mestalla contra el Valencia, y sin entrar en pormenores sobre el entrenador portugués ni sobre el acontecer del partido de la Champions League, hubo un detalle que me llamó mucho la atención, el entrenamiento. Para calentar el portugués dividía al grupo en 2, por un lado los negros y por otro lado los blancos y los negros británicos. Me pareció una división un tanto bizarra, porque no los separaba por color, Ashley Cole es negro y estaba en el grupo de los blancos, ni tampoco por nacionalidad ya que dentro de los blancos había alemanes como Ballack. No entendí bien la división así que pregunté a un compañero de The Guardian que me contestó con «yo llevo años haciéndome la misma pregunta».
Así que a mi derecha estaban Drogba, Makelele, Essien, Kalou, Diarra, Obi Mikel… y a mi izquierda estaban Lampard, Cole, Ballack, Shevchenko, Carvalho y Terry. Una división que no atendía a color, ni a nacionalidad, ni a posición en el campo, ni a nada concreto, y precisamente creo que ahí es donde Mourinho quería llegar, al despiste. Hacerte plantearte una cuestión baladí, como es el calentamiento de un equipo de fútbol, para distraer de lo importante, hasta ese punto está todo pensado en la mente de «The Special One», que por cierto ha vuelto al Chelsea.
Mourinho empieza a ganar sus partidos en el entrenamiento, al igual que Orange is the New Black empieza a ganarte en la introducción. Música de Regina Spektor e imágenes simples y potentes de caras reales de convictas estadounidenses. Una serie que despista y que juega, al igual que Mourinho, con la raza sin ser una serie racial, con la pertenencia al grupo social sin ser una serie de clases, con la dicotomía entre el bien y el mal sin pretender moralizar, y con la vida en la cárcel sin ser la cárcel lo más importante de la serie. En «Orange» se humaniza a los convictos del correcional de Litchfield hasta hacernos pensar que cualquiera de nosotros podría haber acabado con sus huesos en prisión. Y a partir de ahí las historias que se entremezclan, y la falta de imposición moral nos llevan a querer saber más y más de unos personajes que se escapan de los arquetipos habituales, no son buenos ni malos, son personas.
La protagonista es Piper Chapman (interpretada por una genial Taylor Schilling) una joven bisexual de clase media alta que está a punto de casarse con el pajillero de American Pie (Jason Biggs). Ella es el nexo, pero la serie es más coral conforme pasan los capítulos para ser una serie dónde el protagonismo no lo aglutina nadie sino todo el sistema de relaciones que crean entre ellos. De hecho hay un capítulo en la segunda temporada dónde Piper no aparece, y es precisamente en esta segunda temporada donde la serie te engancha sin remedio capítulo a capítulo. Sin ser un experto en prisiones americanas, la dejadez de la administración, la división por «colores», las peleas, las drogas, el trapicheo, el orgullo, el desconocimiento de lo que ocurre dentro que tienen los personajes de fuera, el sexo… son situaciones más que creíbles que hacen de Orange una serie sobresaliente.
Sirva como ejemplo una escena intrascendente: en un momento de la segunda temporada, dos reclusas Big Boo y Nicky Nichols están concursando entre ellas para ver quien consigue «ligar» con más tías. En ese momento aparece Piper que quiere recuperar una manta que le ha sustraído Big Boo. Esta a cambio de la manta le pide que le ayude a que Soso, una nueva e inocente reclusa, acabe sucumbiendo a sus «encantos». Soso se da cuenta de la jugada y acusa a Piper de querer prostituirla a cambio de una manta… Y acaba con Nichols. No está bien, ni está mal, simplemente pasa en un entorno cerrado dónde las normas son otras, y que te invita a reflexionar a través de sucesos cotidianos en una cárcel sobre como nos comportaríamos cada uno de nosotros en una situación similar.La serie se basa en una historia real y dejando de lado los reconocimientos, sólo por las actuaciones de Pennsatucky y sobretodo de Suzanne Ojos-locos (en la foto) vale la pena el visionado. Pero además los puntos de vista de los personajes hacen de la serie una joya. Desde la mirada distante de la protagonista, que antagoniza con la mirada superficial de sus amigos de fuera, a la mirada inocente de Soso, pasando por a la mirada resignada de Rosa Cisneros, o la mirada trascendente de Vee Parker. Si no os gusta el nombre, muy de Vogue, también podéis titular a la serie «La importancia que tiene un cigarrillo», pero sea como fuere que los prejuicios no eviten que veáis esta magnifica producción de Netflix, que ya consiguió sorprender al mundo con House of Cards.
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