Empiezas a ver True Detective y lo primero que piensas es: estoy viendo otra vez The Wire. Policías borrachos con problemas personales, jefes que no quieren que se reabran casos antiguos, ritmo pausado, trama bien hilada. Pasan los capítulos y de repente te imaginas que estas viendo a Astérix y Obélix en versión Luisiana S. XXI. Dos amigos inseparables antagonistas, uno bruto el otro inteligente, uno obsesionado con el sexo (jabalís), el otro es el cerebro que busca la solución a los problemas. Conforme pasan los capítulos fantaseas con que al igual que en el Club de la Lucha los dos protagonistas, Rust Cohle y Martin Hart son sólo una persona, y el resultado de la mezcla no puede ser otro que Luther, el policía de la BBC que había hecho de traficante para la HBO en The Wire interpretado por Idris Elba. El círculo se cierra y cuando acaba la serie te das cuenta que has visto Twin Peaks con gotas de muchas otras series, películas y personajes, porque la historia es la misma, es la historia de la obsesión humana por resolver un enigma. En este caso una muerte es el desencadentante, un caso abierto o mal cerrado, «el bien contra el mal, la más antigua de todas las historias», así sentencia para poner el broche a la serie un genial Matthew Mcconaughey.
Te enamora True Detective desde el principio gracias a su maravillosa intro, una obra maestra que como un buen cocktail bien podría ser una combinado de las intros de True Blood, Boardwalk Empire y Six Feet Under. Es de esas cabeceras que no pasas rápido, que te quedas a saborear, que disfrutas por su arte visual y por su música, otro de los puntos fuertes de la serie. Tras dos minutos ya te das cuenta de que como en Lost los saltos temporales serán una constante, y lo más importante, que la caracterización es una auténtica maravilla. Si Marco Tullio Giordana hubiera tenido esos medios para «La Meglio Gioventú» hubiera resultado más creíble el envejecido de los personajes, y por tanto la película para televisión que en 400 minutos (como True Detective) nos cuenta gran parte de la historia reciente de Italia sería aún mejor. Porque Cohle y Hart pasan del año 1995 al 2002 y luego al 2012 con una naturalidad y un realismo que no consiguen ni los efectos especiales del genial Benjamin Button.
Los personajes de las series actuales no son ni buenos ni malos, no se corresponden a los clásicos arquetipos, son personas con defectos y virtudes que nos invitan a reflexionar sobre los límites entre la moral y la realidad. Al igual que en Orange Is The New Black la protagonista tiene un pasado oscuro, o en Shameless Emmy Rossum no puede evitar ser hija de su padre. Rust no puede escapar de lo que ha vivido tanto en su juventud en Alaska como en su vida dentro del cuerpo de policía; y Hart no puede evitar ser débil cuando de sucumbir a los encantos de una mujer se trata. Es asociación muy parecida a la que mantienen Walter White y Jesse Pinkman, otros dos personajes de ambigüedad moral que en Breaking Bad nos hacen plantearnos dilemas éticos y si «el fin justifica los medios». Necesito resolver un caso, pero he de realizar actividades ilegales para llegar a la solución del mismo; contra voy a morir de cáncer, quiero legar dinero a mi familia y no dejarla arruinada con el tratamiento, así que «cocino» metanfetamina que es más lucrativo que limpiar coches.
Hart interpretado por Woody Harrelson es la parte «humana» de la pareja, un policía sin talento, de la vieja escuela, que se lleva bien con los compañeros, cae bien al jefe, está casado con una mujer preciosa y es padre de dos niñas. Es una especie de McNulty con el instinto dormido al que la vida le sonríe y aún así se empeña en cagarla habitando en el autoengaño cobarde: es un reflejo del mundo en el que vive, una sociedad que funciona a base de hipocresía. Esa falacia colectiva en la que vivimos y que resulta ser una hipocresía organizada para que las apariencias rijan nuestro modo de vida, y que lleva a que los fanatismos prosperen por simple efecto espejo. En este sentido Rust deja en evidencia a Hart cuando este está engañando a su mujer «límpiate que hueles a coño», y tiene una opinión muy clara sobre la función de los predicadores «saca-perras». Es la misma hipocresía que lleva a los ricos a acudir a actos benéficos con joyas que cuestan millones, y que lleva a Hart a justificar sus infidelidades «por el bien de la familia».
Rust en cambio vive atormentado, es una persona oscura y desencantada desde que perdió a su hija, se ha convertido en un ser asocial. Vive para su trabajo y no le da importancia a su vida. Sabe quien es, lo que le gusta, lo que detesta, y no tiene miedo a decir lo que le pasa por la cabeza sin pensar en las consecuencias. Un nihilista convencido, pero sin el humor de Jerry Seinfield. Eso le hace ser un genio en su trabajo, pero también un insubordinado y una persona de difícil convivencia. Sensible, con don para la pintura, es el personaje diferenciador de la serie, el que focaliza la atención y dirige las investigaciones. Tiene un don para la investigación y los interrogatorios, pero no encaja en el sistema y acaba abandonando el cuerpo para investigar por libre.
Del resto de personajes sólo cabe destacar a la mujer de Hart, Michelle Monaghan que tal vez sea demasiado guapa para hacer creíble su envejecido. Aún así muy sólida en el papel de mujer despechada, de hecho en ciertos momentos recuerda a la genial Julianna Margulies protagonista de The Good Wife en ese papel de resignación pro-activa tras sufrir una infidelidad. El resto del protagonismo es para la fotografía, los diálogos inteligentes, el alcohol, la religión, el poder, la obsesión, el compañerismo y la amistad. Porque al acabar la serie, que es un compendio de lo mejor de muchas series, te queda la misma sensación que al ver la Extraña Pareja, Buddy Buddy, Bandeja de Plata o cualquier película de Walter Matthau y Jack lemmon: que los protagonistas son dos amigos inseparables con una química especial delante de las cámaras.
Sin duda una serie rotunda como un «americano» que con su toque de Campari, vermut y soda no deja indiferente a nadie, y que tendrá la difícil papeleta de superarse en la segunda temporada con otra trama, otros actores y otro escenario. El listón está muy alto, las interpretaciones son brutales, y aunque nos dejen con ganas de saber más sobre The King in Yellow, los rumores apuntan a que Colin Farrell, Vince Vaughn, Taylor Kitsch y Elisabeth Moss podrían ser los protagonistas. Estaremos atentos y ansiosos ante la segunda temporada de una obra sin fisuras, donde esperamos volver a ver escenas tan maravillosas como este plano secuencia.