Me han robado las bicis. Es una frase que hoy digo yo, pero que mucha gente ha dicho mucho últimamente. Seguramente no las vuelva a ver nunca más, y por eso les escribo esta carta de despedida. Con los años tomas afecto a los objetos, forman parte de tu historia, y te invitan a recordar. Su valor más allá del económico es afectivo, sientes la pérdida del objeto como la de un conocido que ha estado cerca de ti durante muchos años.
Por eso el robo de la última bicicleta que adquirí es la que menos dolor causa. Hace poco compre una antigua Orbea Garbi de carretera polvorienta, estaba pendiente de arreglarle el manillar para empezar a usarla, no sé que otras vidas ha vivido, y me hubiera gustado darle una nueva utilidad que la sacara de su letargo, pero no he llegado a cogerle afecto. Su pérdida es sólo económica. (foto real)
En cambio las otras dos tienen más historia. Para empezar una BH Bolero, de esas de paseo rosa que hace unos 40 años mis abuelos le regalaron a mi tía Concha. La bici estaba tapada por unos plásticos en la casa de la montaña, cogiendo polvo y óxido. Así que la «salvé» del desguace y mi novia de entonces hizo uso de ella. La relación acabó y con ella la bicicleta quedó de nuevo varios años en el olvido, hasta que mi actual pareja decidió invertir el ella. La limpió, la arregló, le compró ruedas nuevas, le puso una cesta de mimbre negra y un simpático timbre para que el Ave Fénix volara de nuevo. (imagen del modelo descrito)
La bicicleta había recobrado el esplendor con el que hace 40 años lucía por las calles de Benifaió, para pasar a ser ahora una extremidad más de su dueña. La dinamo funcionaba de nuevo, y para mayor seguridad, le había conseguido unas luces LED que desde la parte posterior marcaban con dos rayas la distancia que los coches debían mantener de la bici, una chulada.
Era una bici con nombre, nuestra amiga Alexia (autora de la foto) la bautizó como «Virgina Wolf», ese era su nombre, y su diminutivo «Virgi». Supongo que dentro de poco otra joven paseará con ella sin saber que tiene nombre, nadie la volverá a llamar por su nombre con el cariño que se llama a las cosas que cuidas y mimas. Adiós Virgi.
Y por último he perdido mi Dominator Esperia. Esta también tenía nombre Dominator Esperia, el de la pegatina. Fue mi primera bicicleta de persona mayor, la primera con marchas, la primera y casi la única. Tendría yo unos 12 años cuando un día con una bici de niño me fui con mi padre a dar una vuelta por la Marxuquera. Cogimos la carretera de Barx y mi padre se dio cuenta de que no podía ir con una bici así más tiempo si quería salir con él y su flamante Trek a pasear. Así que me llevó a Ciclos Benavent en Gandía (la bici llevaba la pegatina de la tienda) y me dijo que eligiera una mountain bike. Yo cual niño influenciable cogí la más molona, la que tenía los colores más vivos, la que me entró por los ojos, la Dominator Esperia; con ese nombre no podía ser mala. Negra, roja y amarilla fosforescente, que el tiempo y el sol la habían dejado ya en un blanco chillón. (foto de carretera de Barx)
Los primeros años de la bici fueron felices, paseábamos por Gandía y Denia mi padre y yo sin alardes pero sin descanso. Un día mi padre marcaba el camino por la carretera de les Marines cuando un coche salió sin mirar y se lo llevó por delante. Yo pude frenar, pero mi padre salió volando por encima del capó y se dio de bruces en el asfalto. El coche no paró, se fue, dejó a mi padre sangrando en el suelo y huyó cobardemente. Los señores de un chalet cercano le dieron agua, nos dejaron su teléfono y pudimos comprobar que solo tenía contusiones y heridas. El casco le había ayudado a que el golpe no fuera tan grave. Mi madre nos recogió, y la cosa se saldó con unos puntos, un esguince de muñeca, un reloj y un cuentakilómetros (de esos que comprabas en Andorra) rotos, una bicicleta machacada y un susto en el cuerpo que hizo que jamás volviéramos a salir en bicicleta juntos. (foto real de un accidente en la carretera de les Marines, hecha por Tele Denia)
Tras ese incidente la bici quedó varios años en el olvido, pero aún le tocaba viajar. Me fui de Erasmus a Pisa y allí la gente se mueve en bicicleta. Yo usaba la de mi compañero de trabajo, hasta que un día un señor que venía cada tarde a hacerse un vino blanco de la casa a Lo Sfizio, en la calle Borgo Largo (donde curraba explotado el verano de 2003) me ofreció la suya. Yo iba a dejar en breve el curro y tenía que devolverle la suya a mi compañero (que hacía unos capuccinos espectaculares que nunca llegué a igualar) así que necesitaba una. El señor mayor, Bebbo creo recordar que se llamaba, me la trajo una tarde. La bici estaba oxidada y descuidada, pero tenía encanto y me sabía mal hacerle un feo al pobre hombre que me dijo: «Te voy a cobrar el precio justo, ni más, ni menos». Yo le ofrecí 10 euros, me dijo que era poco, le ofrecí 30 y me dijo que era mucho, que su valor era de 20€. Se los dí y durante un mes fue mi bicicleta pisana. Y lo fue sólo durante un mes porque el señor murió, y yo ya no era capaz de pasearme con aquella bicicleta sin pena en las venas. Creo que se la regalé a Agapi, una amiga de Creta que nos había ayudado en verano a que tuviera sitio en la residencia de estudiantes, pero no volví a saber de ella. (imagen ilustrativa)
La cuestión es que entonces surgió la posibilidad de que un amigo de la familia, transportista, me llevara la Dominator hasta pisa en su camión. Y así lo hizo, me llamó y me dijo: «estoy en el área de servicio, veo la torre de lejos, espérame allí y te llevo la bici». Creo que tuvo que saltar una valla y hacer algo de campo a través, pero me llevó la bici hasta la torre inclinada de Pisa y en aquel momento se convirtió en mi inseparable compañera de Erasmus. (imagen ilustrativa)
Desde entonces ha tenido muchos periodos de inactividad, la moto la dejó aparcada unos años, y otros periodos como el reciente verano donde cada día salía un rato a disfrutar de las calles de Valencia, o de alguna película en el cine al aire libre del Palau de la Música. Ahora le había salido una competidora en la BH, un Buzz Lightyear que iba a cuestionar la hegemonía de Woody. Pero alguien ha decidido que mi pesada Dominator de 20 marchas, si 20 marchas (4 platos y 5 piñones) no sea ya parte de mi vida. Cuesta perder a una compañera de fatigas que ha estado a tu lado 20 años, uno por cada una de sus marchas. Y yo ni siquiera tengo una foto para recordarla y poder decir algún día «así era mi bici».
Hoy es un día triste en el cajón de los recuerdos. La codicia o la necesidad generan una maldad que es contagiosa y que afecta a aquellos que la sufren. Hoy he sufrido la maldad del ladrón, y decido responder con esta muestra de cariño en vez de con más maldad. Esta sociedad nuestra es en general muy afortunada, llena de posibilidades y de gente maravillosa: pero las manzanas podridas pudren el cesto y desaparece toda opción de eliminar el incivismo sin el que se viviría infinitamente mejor.
suyas fueron y son…