La banda sonora de nuestras vidas

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Recuerdo escuchar en una canción de Divine Comedy «Our mutual friend» eso de que dos desconocidos se ponen a escuchar música juntos y sienten que están oyendo la banda sonora de sus vidas, la música les conectó un instante durante una vida compartida a distancia. Cada cual tiene una canción que le recuerda a algún momento concreto de su existencia, algunas son inconfesables, otras canciones que simplemente aparecen de fondo en momentos cruciales para acampar en nuestro imaginario, pero todas ellas, al volverlas a escuchar nos llevan irremediablemente a pensar en una persona, un lugar o un momento. Aquí hago un repaso personal y nostálgico de algunas canciones que me recuerdan a personas concretas, a instantes o periodos de mi vida. Es mi «soundtrack» personal y lo escribo para mí, porque escribo lo que me apetece, para poder rememorar a través de la escritura y la música algunos episodios dignos de recuerdo.

Os pongo la canción de Divine Comedy, una maravilla.

 

 

Tal vez por ser de la generación de la EGB crecí con los dibujos animados, y además del clásico Oliver y Benji que tiene sabor a boacadillo de nocilla y a visitas familiares a Benifaió los fines de semana, la serie que marcó mi infancia y la de muchos valencianos fue Bola del Drac. Una serie mítica con una banda sonora digna de una superproducción. Escuchar cualquiera de las notas de cualquiera de sus sintonías me transporta al instante al patio del colegio Roiç de Corella de Gandía, donde intercambiaba los dibujos, fotocopias y luego los cromos de Bola del Drac con Ginés, Bruno, José Manuel, Juanito o Víctor, mientras Maria del Mar, Amelia, Eva, Puri o Yolanda saltaban a la comba y cambiaban sobres y cartas perfumadas.

 

 

Más tarde crecí y mis gustos musicales fueron evolucionando, recuerdo que la música que escuchaba en Murcia era la que escuchaban mis padres: Sabina, Juan Luis Guerra, Ana Belén y hasta Juan Pardo. Mis primeras decisiones musicales vinieron en Torrevieja dónde empecé a escuchar a Michael Jackson, Jamiroquai, Beach Boys y especialmente a los Beatles. Leí El Joven Lennon, un libro que nos recomendó algún buen profesor y empecé a escuchar de manera compulsiva a los de Liverpool. Aún hoy en día hay canciones de los Beatles que me causan un vuelco anímico brutal, una de ellas es esta «In my Life» que resume en cierto modo el espíritu del artículo.

 

En mi año en EE.UU me volví un poco más transgresor, me teñí el pelo con mechas rubias, compré un collar de bolas de metal, unos pantalones anchotes y unas Air Walk de skater, era todo disfraz con el fin de encajar. Fue un año diferente y especial en muchos aspectos. Viví en la América profunda, con casa móvil, abuelo vaquero, cama de agua, cazadores de ciervos y coyotes, boda de penalti (de mis geniales «padres» americanos Steve y Crystal) en la que sonaba Shania Twain de fondo y muchas emociones como mi primer cubata, que fue un White Russian (como buen fan de «El Notas»). Y recuerdo escuchar Lemon Tree de Fool’s Garden que había comprado el verano anterior en Lucerna (Suiza) hasta desgastarlo y despertarme con el Whiskey in the Jar de Metallica que quemaba sin compasión mi «hermano» albanés Arjan cada mañana. Pero también y especialmente el disco de Nimrod de Green Day, cuya canción Time of Your Life consigue emocionarme sin remedio y me transporta al pick up de Zack Metzger el día que nos quedamos tirados por el desmontado repentino de medio chasis en la carretera entre Shelbyville y Tower Hill… La escuché en directo en el BBK de Bilbao con mi amiga Poppy y me puso los pelos de punta.

 

La vuelta a los orígenes no fue fácil, pero por suerte mi prima Aurora y sus amigas, Carmen, Vero, Desi, Tapi, Conchita… me adoptaron y luego sus amigos también, así que pasé un verano de verbenas, jarras de whiskey con limón y muchas risas. De esa época recuerdo escuchar mucha música pachanguera como el Come Ranas, Salta, o el simpático Footing Tonight. Después empecé COU en el Instituto de mi pueblo, Benifaió, pocos amigos tenía en el lugar dónde había nacido y pasado algunos fines de semana, pero tuve la suerte de caer en un grupo heterogéneo del que conocía a varios de sus integrantes por unas razones o por otras. Fueron las primeras juergas de verdad con quienes hoy siguen siendo mis amigos del pueblo Pep, Edouard, Xavi, Màxim, Víctor, Omar, Edu, Ángel, Diego… noches de cartas y chupitos de garrafón, cenas en casetas y rutas por atajos a Sueca, Catadau, Alginet o Almussafes. Y una canción mil veces escuchada que me conduce a esas escapadas en coche de segunda mano por los pueblos de la Ribera es Pastillas de Freno de Estopa.

 

 

En mi habitación de Benifaió tenía varios pósters, uno de ellos detrás de la puerta era del Cristo descamisado (así lo llama mi madre) Jim Morrison, otros de los Beatles y uno de Manu Chao. En el pueblo me llamaban «El Americano», y luego Renato Carosone sirvió para recordármelo muchas mañanas radiofónicas. El americano era un yo más joven que trabajaba en el delicioso restaurante de mis tíos, y fue allí, detrás de la barra, cuando escuché por primera vez Clandestino de Manu Chao que sonaba en los 40 principales (ese día se habían olvidado de poner a Perales, eterna banda sonora del Balbino). El primer éxito de Manu Chao en solitario estaba emparedado entre temas como «Torero» y «No rompas más mi pobre corazón» (cuyos enlaces no pienso poner), pero esta canción no sonaba a 40 principales, era diferente y era de lo poco a lo que prestaba atención. Compré el disco y Manu Chao se convirtió poco a poco en la banda sonora de mis primeras noches universitarias, lo ponía bajito para dormir y con Bongo Bong de fondo caía rendido.

 

Luego llegaron los amoríos e inevitablemente cada persona importante de tu vida lleva asociada una canción. Mi primera novia era una persona maravillosa, pero poco musical, así que escuchar música no era algo que hiciéramos juntos, pero para no dormirme en el coche en los trayectos escuchaba Molotov. Hace poco se casó, y esa misma noche en la que ella estaba dando el sí quiero, yo saltaba junto a ingleses borrachos en primera fila de un concierto multitudinario de Crystal Castles en el Primavera Sound, y créanme si les digo que no es fácil llegar a primera fila de un concierto de Crystal Castles hasta el punto de alcanzar a tocar a la cantante en medio del Untruts Us. Supongo que porque me dejó ella (dos veces creo) las notas que inevitablemente me llevan a pensar en mi primera novia son de un tema triste, melancólico y totalmente deprimente de Maná. Un grupo del que era imposible escapar en la época ya que todo el mundo lo oía hasta el punto de resultar cansinos. Aún recuerdo como si fuera ayer ese momento de llamar a mi primo Agustín desde mi Ford Escort granate, destrozado tras la ruptura, y tener que aparcar para enjugar las lagrimas por culpa del maldito Muelle de San Blas.

 

Tuve más novias (pocas) y más canciones, hasta que llegué a Francia a vivir la experiencia Erasmus en París. Una experiencia inolvidable, que conllevó la relación más larga que he tenido hasta la fecha, con Michela, que ya manda huevos ir a Francia a aprender francés y acabar aprendiendo italiano. Y juntos y con muchos amigos del Erasmus pasábamos las noches de fiesta en fiesta, especialmente en la Serena, dónde la música española nos hacía sentir como en casa. Sin Documentos de los Rodríguez (Calamaro aún estaba delgado) era nuestra canción, ya que sonó durante uno de nuestros primeros besos. En el metro cantábamos Una Rosa es una Rosa de Mecano y el famoso cántico valencianista «Vamos Pablito Aimar». Pero de esa época recuerdo también las tardes con la guitarra en el césped de la residencia universitaria de Paris X (Nanterre) y cantar con los italianos Redemption Song de Bob Marley. En Italia es seguramente la canción más famosa de Bob, mientras que en España es una canción casi secundaria (Al final conseguí que mi colega Gilles la tocara en alguna fiesta) que a mi me emociona y me lleva a la época despreocupada del Erasmus francés.

 

 

Luego llegó Italia, hice un segundo Erasmus (con uno no tuve bastante, además tenía que aprender francés), al no estar este patrocinado ni por familia, ni por Europa ni por nadie, me puse a trabajar en una cafetería de Pisa, Lo Sfizio. Allí nos atormentaban a La Pinni y a mi con música de moda como Obsesión de Aventura o Giulia de DJ Lhasa. Pero gracias a Dios descubrí otra música italiana como Vasco Rossi, Ligabue, Sud Sound System (y su genial Le Radici Ca Tieni) y Fabrizio De André. En el trayecto a la universidad escuchaba una radio de rock que todos los días me deleitaba con la versión de Limp Bizkit del Behind Blue Eyes de The Who. Aún así de aquel año de mosquitos tigre (los descubrí allí), falsedad (mucha en la Universidad), sangría, cappuccinos, explotación hostelera, partidas de Risk y excursiones por la Toscana, me quedo con Geordie.

 

 

Con los años el indie fue conquistando momentos varios de mi vida, me fui interesando más y más por la música, por los conciertos y en consecuencia juntándome con gente como Javi y José para ir a ver a Ra Ra Riot, Campesinos, Editors o Bloc Party (Banquet es una de mis canciones favoritas). También me puse pesado con alguna canción como Strange Fruit or David (Sculpture is a sculpture, marmelade is marmelade…) por la que estoy seguro que más de un amig@ al escucharla se acuerda de mi. Además elegía mucha música para la radio y recuerdo con especial cariño un programa especial olimpiadas 2008 que empezaba con Lovely Allen de Holy Fuck, que más tarde usaría casualmente con el mismo propósito Televisión Española. Yo la escuché una vez (sin estar editada en España) y me sonó a épica olímpica, como la que viví en 2004 en Atenas…

 

 

Después me han pasado muchas cosas, algunas narrables, otras inconfesables, MGMT y su genial Kids marcaron unos años de luces y sombras junto con Ln Granada de Supersumarina, y reabren heridas mal cerradas. Blur y su Tender me llevan a un momento reciente precioso con la maravillosa Isabel y a sonreír de felicidad plena, al igual que cualquier canción de Phoenix como la imprescindible Rome que tanto escucho en un vinilo que esta abonado a girar semanalmente en el tocadiscos que ella me regaló (genial regalo). Keane y su Silenced By The Night me hace pensar en joyas, el Wiki-Wiki a las noches de juerga con Algarra y ocasionalmente con Navarro (los periodistas nos llamamos por el apellido) y escuchar Just Like A Pill de P!nk a las noches de la Taula con Guaita. En cambio hay una canción que quiero destacar. Poco tiene que ver con el suceso al que se refiere, es una perla de The Wave Pictures, un grupo que me encanta y cuyo disco Instant Coffee Baby me recuerda a amigos franceses como Steff, Karen y Anne, el disco If You Leave it Alone a la persona que me lo regaló, y el disco Long Black Cars me traslada a la noche que callaron Ràdio Nou. La canción homónima al disco y otra pista Come Home Tessa Buckman, me acompañaron durante toda la noche. Dos obras maestrasque me cuesta escuchar sin sentir una atroz nostalgia.

 

 

Hay otras muchas canciones que me hacen rememorar otros muchos momentos únicos, es común el asociar una canción concreta a un viaje, y yo he viajado bastante. La única vez que fui a Ibiza con Fran, Alberto y Josep no nos quitábamos de la cabeza esta parodia de Devolver. O más recientemente el viaje a Egipto con Lucas, Pedro y Javi estuvo marcado por la sintonía friky de Juego de Tronos, así como el viaje a Senegal lo marcó Toure Kunda y Fatou Yo (vídeo friky). Con mi hermano en Alemania nos dimos cuenta de la internacionalidad de la música de Obrint Pas y su Flama. También hay canciones que me conducen a pensar en un momento aún por llegar: Antitaxi de La Femme hace que me vea otra vez delante de un micrófono haciendo radio y contando cosas y por ejemplo Love de John Lennon siempre me ha hecho imaginar el día de mi futura boda (si es que algún día me caso).

También las personas que no están tienen su canción, Stairway to Heaven me recuerda al funeral de mi abuela Pilar. Y hablando de los que no están hay un tango que me sobresalta de manera recurrente, es Por una Cabeza de Gardel que cantaba mi abuelo Vicente de maravilla, faltó en enero y esta canción es el recordatorio de que le debo un artículo.

 

 

Loquillo, The Doors, Arcade Fire, The Rapture o los Stones… se han quedado canciones, momentos y personas en el trayecto de los recuerdos. Por mi parte seguiré recopilando nuevos temas para la banda sonora del viaje de mi vida. Estáis todos invitados a formar parte de las notas festivas, melancólicas o descompasadas que me acompañan en este envejecer constante en el que estamos encarcelados. Acumulemos recuerdos juntos para poder desempolvarlos con la sonrisa con la que he escrito este relato.

2 comentarios de “La banda sonora de nuestras vidas

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